Viejos oficios para ferias nuevas
- jorge626
- 7 may 2011
- 3 Min. de lectura
Paisaje y paisanaje Las plazas de los pueblos en fiestas
Las plazas de muchos pueblos en fiestas son inmejorables foros que aprovechan unos para mostrar tareas y productos que ya no suelen estar presentes en nuestra vida cotidiana y otros para disfrutar de lo que antaño fue tan común y hoy vemos casi como relictos en difícil trance de pervivir. Son viejos oficios que parecen renacer para dar lustre a ferias nuevas, y de paso nos permiten la ocasión de adquirir artículos que nos maravillan por su originalidad, la destreza casi mágica de quienes los hacen, su evidente utilidad reverdecida y, también a veces, por el descubrimiento de aquellos sabores que creíamos perdidos para siempre.
En Almedíjar, en la vertiente suroeste de la Sierra de Espadán, cada primavera florece una feria especial que convoca a artesanos locales y de otros pueblos.
Fieles a la tradición, allí están cada año Aparicio y Vicente Latorre, haciendo cestas de mimbre y de caña junto a la pared de la iglesia. No son hermanos, ni siquiera primos, pero sí amigos de siempre. El primero tiene 81 años, aunque no los aparenta para nada, y el segundo 75. Los dos son maestros en esto de la cestería, un oficio que en Almedíjar fue el rey hasta los años sesenta del siglo pasado. Todo el mundo se ocupaba en el trabajo del mimbre y la caña, porque se necesitaban multitud de recipientes y estos eran los materiales más aptos y a mano. Sostenibles y reciclables. El pueblo vivía también de vender la rica agua de sus fuentes, como otras localidades de Espadán, y las garrafas de vidrio se revestían de mimbre y caña. Pero tambien eran de estos materiales las grandes cestas para exportar

cebollas de las huertas de la región, recoger alcachofas, recolectar cacahuetes...
«Todos los niños nacíamos en Almedíjar casi enseñados en esto -cuenta Aparicio-, y sólo bastaba que te arrimaras a un mayor para terminar de aprender». Pero llegó el plástico, se arruinó la artesanía fabril del pueblo, hubo que emigrar, dedicarse a la albañilería, al transporte, a lo que fuera... Sólo quedan algunas personas que, como ellos, mantienen la llama sagrada, pero no hay jóvenes que quieran aprender. Y eso que sigue habiendo algunos encargos, se demandan cestas para recoger setas, para decoración... Pero hasta el mimbre cuesta encontrarlo por aquí. Ahora lo traen de China. ¡Cómo no!
Amparo Sánchez Ginés también tiene su mérito. Se empeñó en recuperar el oficio de su abuela, cuando en la postguerra se dedicó en Almedíjar a elaborar fideos con la harina que le traían sus vecinas. Era época de necesidad y trabajaba a maquila, se quedaba como pago una pequeña parte de la mercancía elaborada. Luego ya empezó a haber menos escasez, se abrieron tiendas, llegaron los productos industriales y la abuela lo dejó. Amparo lo ha recuperado, con el apoyo de su marido y de sus hijos, por el ansia de que perviva el oficio de 'La fidegüera' y con las ganas de introducir toques de innovación. Enseña cómo se hacen fideos y de paso se saca unas perras y conquista la satisfacción de que haya aceptación por sus ricas cintas de tomate, espinacas, tinta de calamar o hasta de chocolate.
Y entre aceituneros, carpinteros, canteros, herreros..., dos alemanes, uno, Oliver Horst, vive de hacer en Chert toda clase de utensilios con madera de olivo; el otro, Tilo, es ceramista y alfarero en Chiva de Morella. Tilo aprendió el oficio en Úbeda y no para de perfeccionarlo, introduciendo nuevas formas, texturas y colores. Sus trabajos gozan de creciente aceptación y él disfruta también en estas ferias para aprender de otros a manejar el hierro o para enseñar a los pequeños a trabajar el barro con el torno. Como a Usury, la pequeña hija de Oliver.


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